DAFNIS Y CLOE by Longo

DAFNIS Y CLOE by Longo

autor:Longo
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788417375010
editor: De Conatus Publicaciones S.L.
publicado: 2018-07-19T00:00:00+00:00


LIBRO TERCERO

1. LOS DE MITILENE, POR SU PARTE, enterados de la incursión de las diez naves por algunos campesinos que habían denunciado la rapiña, juzgaron intolerable la afrenta de los metimneos y decidieron sin demora responder con las armas, movilizando a tres mil hoplitas y a quinientos jinetes y enviándolos por tierra con el general Hipaso, temiendo que el invierno estaba ya avanzado para hacerlo por mar.

2. No saqueó a su paso los campos de los metimneos, ni hizo rapiña alguna de rebaños de pastores o tierras de labriegos –pues tenía esas cosas por propias de un ladrón y no de un general–, sino que se dio prisa en alcanzar la ciudad para irrumpir en ella estando las puertas desprotegidas. A unos cien estadios antes de la ciudad aguardaba un heraldo portando libaciones, pues los metimneos, informados por los cautivos de que en Mitilene no estaban al corriente de lo sucedido y que todo había sido obra de labriegos y pastores molestos con la conducta de los jóvenes, estaban arrepentidos de sus duras acciones contra la ciudad vecina y tenían intención de devolverles todo lo robado y de restituir la paz en tierra y mar. Hipaso, aunque había sido investido general plenipotenciario, envió al heraldo a Mitilene y acampó con su ejército a diez estadios de Metimna a la espera de órdenes de la ciudad. Y, pasados dos días, volvió el mensajero diciendo que tomara lo robado y regresara a casa sin causar daño alguno; pues, teniendo ocasión de escoger entre la guerra y la paz, juzgaban la paz más provechosa.

3. Así acabó la guerra entre Metimna y Mitilene, de forma tan inesperada como había empezado. Pero el invierno, para Dafnis y Cloe, fue más amargo aún que la guerra. Una repentina nevada bloqueó los caminos, forzando a todos los lugareños a permanecer encerrados en sus casas. Los torrentes bajaban furiosos, las aguas se quedaron heladas, los árboles parecían vencidos, la tierra toda estaba desaparecida y solo se dejaba ver en las fuentes y en el lecho de los ríos. Nadie llevaba al pasto su rebaño, nadie se asomaba siquiera a su puerta; solo encendían una gran hoguera al cantar el gallo, y unos hilaban lino, otros cardaban pelo de cabra, y otros armaban trampas para pájaros. Se cuidaban también de que las vacas tuvieran heno en el pesebre, hojas en el redil las ovejas y cabras, y bellotas los cerdos en sus porquerizas.

4. Forzados todos a permanecer en casa, se alegraban los otros labriegos y pastores porque así descansaban un poco de sus afanes, comían desde el amanecer y gozaban de un sueño más largo; tanto que llegaban a decir que, para ellos, más grato era el invierno que el verano, más que el otoño, y más aún que la propia primavera. Dafnis y Cloe, sin embargo, pensando en las delicias de las que se veían privados –en cómo se besaban, en cómo se abrazaban, en cómo compartían la comida–, pasaban las noches en desvelo y pesar, aguardando la llegada de la primavera como un renacer de la muerte.



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